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He visitado Palestina y aprendí lo que es sufrir un verdadero racismo – Por Celestyna Hamad

    Mis abuelos soñaron una vez en invitar a sus nietos a la casa que construyeron de la nada. La casa que iban a llenar de amor, iban a hacer de ella una patria. Pero la casa ya no existe, no tenía ninguna oportunidad para convertirse en patria. Su casa se convirtió en tierra de Dios donde se perdieron las esperanzas y murieron los sueños. Se convirtió en “Israel”.

Últimamente he visitado mi patria Palestina por primera vez. Soy la tercera generación de refugiados palestinos, y soy noruega. Nací en un mundo donde se predomina la libertad y las oportunidades, un mundo seguro donde los derechos humanos y la igualdad no son simplemente unos eslóganes, sino garantizados para cada ciudadano. Estos mismos derechos, que no están garantizados para nadie, son los que mi familia y mi patria luchan por lograrlos desde que nací.

Tuve un interrogatorio humillante:

Por llevar pasaporte noruego, soy la única de mi familia que puede visitar Palestina. Explotaba la ilusión dentro de mi cuando me acercaba a la frontera, todo mi cuerpo temblaba. La curiosidad llenó mi cuerpo: ¿cómo me dará la bienvenida la tierra de mi patria?

Mis tres amigos noruegos pasaron en menos de una hora, pero yo no fui afortunada. Mi paso por ahí duró seis horas, donde tuve que responder a unas preguntas humillantes. Preguntas llenas de odio y de falta de respeto. Preguntas que me sacaron de quicio.

Me preguntaron por la salud de mi padre. Así que entendí que están enterados del impacto y explosión del obús israelí que sufrió en 1982, lo que le causó graves heridas y la amputación de una pierna. Me preguntaron si he visitado a mi familia antes, lo que me hizo entender que saben que mi padre sigue vivo en el campamento de refugiados en El Líbano. Y mientras caminaba hacia el despacho, me puse nerviosa, ¿qué pasaría si dijera algo que podría levantar las sospechas como si yo fuera una amenaza? No creerían que mi única intención es la de visitar a mi familia y a mi patria. Me enteré que no podía mencionar la palabra Palestina, así que, inventamos un relato. Nuestro relato era que íbamos a Tel Aviv y me puse a convencerme a mi misma que esta es la realidad, y en mi mente pasaron las respuestas a las que me entrené con mis amigos anteriormente.

El guarda se mofó de mi familia:

Me pidieron escribir una lista de los nombres de todos los individuos de mi familia: padres, abuelos, tíos…, mientras seguía el interrogatorio. Me hacían preguntas detalladas y personales sobre mi familia, y en algunas ocasiones se reía mofándose de mí el guarda. Me miraba la cara buscando alguna reacción, pero me hice a la idea que tenía que pasar de esto si quisiera pasar la frontera. Debería no permitir que sus mofas me afectaran. Por primera vez en mi vida he sentido el racismo y la discriminación en el trato. Querían saber más sobre mi familia: ¿Dónde nació mi padre y donde estudió?, me interrumpió una vez cuando le comentaba que mi padre se trasladó de Polonia a Noruega. Me miró con ironía y me dijo: “bueno, primero abandonó El Líbano y se fue a Polonia esperando tener una vida mejor, pero aquello no fue suficiente para él y siguió su viaje hacia Noruega”. Sentí mucha rabia, pero me contuve y forcé  una sonrisa en mi cara y le dije sí, al final se trasladó a Noruega.

Un muro que divide a la gente:

Cuando terminaron su interrogatorio me pidieron que esperara. Y mientras esperaba en una asquerosa sala de espera en la frontera entre Jordania y mi patria, entendí de verdad el verdadero significado de la palabra racismo. Seis largas horas después, podía abandonar la frontera sintiendo un gran alivio mientras respiraba profundamente el aire de lo que se llama PALESTINA.

Hemos visitado la ciudad costera de Acre (Akka). Es una de las ciudades más antiguas del mundo. Vi el pueblo de mi familia (Safsaf) por primera vez: es una tierra fértil llena de olivos milenarios. Paseé por los antiguos barrios de Belén donde el aroma a pan caliente y café árabe llenaba las calles. Tan solo una cosa me desconcertaba: el hecho de que los palestinos compartan las mismas calles que los israelíes en distintas áreas, pero sin poder compartir los mismos derechos.

Cuando visitamos el campamento de refugiados de Aida que está justo al lado del muro de separación racial, vi con mis propios ojos como se ha separado a la humanidad partiéndola en dos. El muro que tiene ocho metros de altura y que pronto tendrá 810 kms. de largo separa a los israelíes de los palestinos, pero también separa a los palestinos entre sí. Las familias, los amigos y los colegas. Ha hecho que la vida de cada individuo se convierta en un sufrimiento. El simple paseo en libertad se convirtió en una batalla, y en muchos casos, en un imposible.

Los niños ven más armas que flores:

Me duele el corazón cuando pienso en todos estos palestinos que no pueden ver Acre. Me dolía mi corazón cada vez que escuchaba a un señor viejo de Hebrón que no podía llegar a su mezquita, no porque no se lo permitan, sino por el trauma causado a raíz de la experiencia vivida durante la masacre de la mezquita de Abraham en 1994 y que le causaron tanto dolor.

Me dolía el corazón cada vez que atravesaba el “chick point” y veía las huellas de los balazos en el suelo donde fue fusilada y asesinada Hadil Al-Hashlamon. Estas huellas delataban que Hadil ya estaba en el suelo cuando recibió el tiro que la mató, y que el relato del ejercito israelí no es más que una mentira.

Me duele el corazón cuando pienso en los niños que ven las armas camino hacia sus escuelas más veces de lo que puedan ver las flores, los pájaros o los arboles.

Palestina es mía:

Después de ver a Palestina, sentí que tengo el deber de contar cosas sobre ella…

Palestina para mí es el lugar donde crecen los olivos en el jardín de mi abuela.

Palestina para mí es el lugar donde se casaron mis abuelos y donde  se prometieron seguir juntos toda la vida.

Palestina para mí es el lugar donde estaba la huerta de mis abuelos que guardaba un perro.

Palestina para mí es el lugar donde se trasladan las mariposas entre los olivos y los higos.

Palestina para mí es el lugar de mis abuelos, la patria que les fue arrebatada en 1948.

Palestina para mí es el lugar que el resto del mundo llama “Israel”.

Palestina se convirtió en “Israel”.

Lo que les esperaba a mis abuelos fue algo que un perro guardián no les podía proteger contra ello. Lo que les esperaba fue algo que impedía a mi abuelo poder proteger a mi abuela de ello. Lo que les esperaba hizo que mi padre naciera en un campamento de refugiados en El Líbano, al igual que les ha ocurrido a muchos abuelos, madres, padres e hijos. Lo que les esperaba fue algo que nadie podía proteger a los palestinos de ello hasta la fecha de hoy. Y es el relato del comienzo de una larga vida que mis abuelos fueron obligados a olvidar. Cuando mi abuela giró la cabeza hacia atrás por última vez, vio los olivos quemándose, las casas saqueadas y destruidas. Vio a los niños desperdigados y perdidos. Lo que llamaban patria a donde querían invitar a sus nietos, se convirtió en un cementerio, se convirtió en “Israel”.

Escuchamos muchas veces sobre el derecho de los “israelíes” a la “autodefensa”, pero ¿quién va a proteger a los palestinos?

Muchos fueron asesinados mientras estaba ahí. Niños y adolescentes fueron fusilados extrajudicialmente sin derecho alguno a lo largo de las dos semanas que estuve ahí:

  • Abdel Rahman Shadi Ubaidalah (13 años).

  • Qathifa Othman Sulaiman (18 años).

  • Fadi Samer Mustafa Alón (19 años).

  • Hadil Salah Al-Hashlamon (18 años)

¿Adolescentes? ¿Niños? ¡Qué importa!

Todos ellos recibieron más de cinco balazos de los soldados israelíes, lo que hacía que me preguntara: ¿de verdad alguien puede pegar cinco tiros para su autodefensa?

Su vida vale menos:

Me aterraba pensar que se me podía disparar en Palestina porque llamaba la atención, una noruega y de la misma edad que los jóvenes palestinos que se les asesinaba semana tras otra sin ningún interés mediático. El valor de la vida es muy reducido en el jardín trasero de “Israel”. Cuando estaba sentada en el autocar camino a casa, no podía dejar de pensar en mis abuelos que siguen viviendo en el campamento de refugiados en El Líbano. Miré abajo, hacia mi tatuaje, que es una imagen de una llave colgada a la entrada del campamento de Aida. La llave que la mayoría de la gente la ve como algo normal, pero para mí y para todos los palestinos es un símbolo que expresa nuestro derecho al retorno.

Soy noruega, soy palestina, me llamo Celestyna Hamad y soy testigo de lo que ocurre en Palestina en el año 2015.

Publicado en Noruega el pasado 28.10.2015

Se ruega mencionar fuente de publicación al compartirlo: www.al-safsaf.com

Traducido del árabe al español por Jamal Halawa.

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